
Silencio. Silencio y después un pequeño sonido. Una pequeña brisa ondeante por arriba de la madera del tiempo, usurpada por oscuridad permanente en momento de apuro y soledad que le recuerda el sabor amargo de la poca imaginación de una mente llevada al olvido. El olvido que trata de olvidar, solo se aferra a las garras del pasado poco presente que pedido entre sus telas ha de remembrar y ha de recordar.
Son miradas y ojos verdes perdidos en noches largas y absolutas, son manos inquietas temblorosas, ansiosas y desgarradas… La necesidad, el hambre y el apuro, funciones de un tiempo y cuerpo solitario, aferrado a la luz cuadriculada y al momento de iluminarlo, solo respira profundo y trata de razonarlo; son miradas perdidas, son ansiosas las manos dichosas que rozaron el tiempo, pero nunca lo tocaron.
Agujas visuales, tiempo de ruptura y desasosiego. Mundos chocando y culturas restituyendo. Punzante dolor neuronal casi insensible al tacto de la piel, pero notorio al momento de molestar en boca y palabra; rozando por lo abrupto y sencillo, simplemente privando la magia del ser racional y dejando un cascaron de lo que fue y ya no será. Un simple mundo drenado, un ser apagado.
Redundante. Perdido y atrapado; libremente encadenado, cadena de oro llena de plata y azabache. Un mundo de dos que parece de uno. Adoctrinación repentina, adicción voluntaria e intoxicación aceptada. Poco camino de planta y un lugar de redes de colores, transformadas en telas de inhalante respiro gris.
Un ser perdido, un ser inerte, un mundo que se frena y que se pierde. Problemas mundanos, poco visibles. Una sensación de cálido abrigo frío en tenebrosas cuevas de cables traseros: un poco de todo y todo de nada.
Silencio. Un silencio inundando los ruidos, un silencio incomodo a los demás pero no a sí mismo. El silencio de su ser apagado por un clic; una pequeña muestra del poder de una adicción más grande que la misma respiración y su lucha por poder, por seguir y aun así, no entiendo cómo es que llegó esto aquí.